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Secta del cuchillo y del coraje

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Tangofilia y Tangomanía

09.10.2010 07:26

En mi opinión, existen tangueros en general, es cierto. Pero en particular, se diría más bien que existen tangófilos y tangómanos. Estos últimos, casi siempre son fuertemente tradicionalistas, estilísticamente rígidos. Con frecuencia necesitan asociar cada tango a una particular experiencia afectiva o simplemente bohemia; y en lo propiamente musical, parecerían interesarse básicamente en la marcada acentuación del 2 x 4, es decir, del ritmo. En lo interpretativo, sólo aceptan las orquestas y las voces del 50 hacia atrás y en algunos casos extremos, apenas aprecian tangos en cuya escenografía, no falte un gato de porcelana, unos frasquitos con moñitos y un vago olor a naftalina en el ambiente. Sólo dentro de los límites de ese esquema, encuentran la legítima satisfacción de su gusto -respetable por lo demás- y la única garantía de la “tanguedad” de la canción ciudadana, lo cual es absolutamente discutible. Como lo suyo es tangomanía, es decir, compulsión y fijación por y en unas formas (en este caso, musicales y literarias), las complejidades armónicas y compositivas, el refinamiento melódico, la novedad o las audacias poéticas y la singularidad interpretativa de las orquestas y vocalistas de la década del 50 en adelante, los ponen en estado de alerta y amenazan la seguridad de su disfrute, llevándolos a la conclusión de que lo producido en este período en materia de tango, no es Tango. Cuando éste vive la ley inevitable del cambio, empiezan a creer que se trata de un movimiento sísmico-musical que amenaza derribar las gloriosas estructuras de la amada canción maleva y con ellas su existencia; y en el horizonte vislumbran los cuatro jinetes del Apocalípsis disfrazados arteramente de Orquesta Típica, arrasando con la sagrada herencia de la Vieja Guardia.
Ante tan sombrías señales, el tangómano suele armarse de ira santa y vestido de un terror cuasirreligioso ante lo que puede significar el fin del mundo tanguero, se echa compadronamente una bendición, escupe por entre el colmillo como un auténtico taita de arrabal escapado de una página de Borges y se lanza contra los herejes, cuyo último y más conspicuo representante fue Astor Piazzolla , ese Martín Lutero del Tango, que como ya es sabido, más de una vez tuvo que recurrir a los restos de su antigua afición de boxeador, para defenderse de la embestida furiosa de fanáticos que lo señalaban inquisitorialmente como : el asesino del Tango. A nombre de un dogma compadrón, querían lincharlo, asesinando de paso al “asesino”, en una burda y absurda aplicación de la “La ley del Talión”.
Es presumible que buena parte de la horda fanática estuviera compuesta por “sordos musicales” (como diría Don José Gobello) y y hasta por “analfabetos poéticos” (diría yo), que por supuesto, no han tenido la culpa de serlo . Y también es seguro que los malevos del 900, acostumbrados a hacerse justicia por su propia mano, no llegarían a tanto, como estos “justicieros del tango”. Y aquí cabría decir que, si la sordera y el analfabetismo no son ni una gabela, ni una virtud, sino una desventaja dramática en el ancho mundo de la lectura y la escritura –es decir, en la vida- también lo son en el de la música y la canción; con un serio agravante, y es que en este caso, suelen tener manifestaciones altaneras típicas de la “ignorancia atrevida”.
Para desgracia de estos tangómanos fundamentalistas y para fortuna de los tangófilos “de ley”(que también los hay), Astor, aunque muerto, sigue vivo y milongueando en la eternidad y en la actualidad; a veces, es cierto, piazzoleando con un tanguismo monótono y casi irreconocible como tango; pero otras veces canyengueando bien a su manera como en “Triunfal”, “Prepárense”, “El Desbande”, “Tres minutos con la soledad”, “Verano Porteño”, hasta llegar a cimas fabulosas como en su genial “Ädios Nonino”.

El tangófilo, a diferencia del tangómano, siente que el amor al tango (que eso quiere decir Tangofilia), no está determinado por una anécdota sentimental, ni por una querencia particular. Puede ser que una y otra hayan estado en su orígen. Pero lo que verdaderamente lo apasiona es el Tango mismo, su historia, los avatares de su nacimiento y el desarrollo de su formidable y fascinante sustancia expresiva: danza sensual y mágica, música de extraordinaria riqueza melódica y refinado intimismo, poesía de poderoso lirismo y profunda raigambre existencial, en fín, arte interpretativo –vocal e instrumental- incomparable y único. El tangófilo siente que no necesita del acicate de un motivo particular para apreciar el tango. Le basta su esplendidez sorpresiva y evidente; su apasionada intensidad poética y humana.
Finalmente, cabe decir que el tangómano y el tangófilo, no necesariamente son dos compadres irreconciliables. Uno y otro pueden querer el tango con igual intensidad. Uno y otro pueden tener preferencias similares en el repertorio porteño. Incluso pueden llegar a coincidir en la elección de algunos tangos, en la selección de ciertas orquestas y en la admiración de determinados vocalistas.
Los distancia la actitud: el tangómano solo quiere y cree en el tango del 50 hacia atrás. El tangófilo se interesa por el tango de ayer, de hoy y de mañana. Es decir, el tangófilo tiene las puertas abiertas al tango. El tangómano las cerró hace medio siglo.
Compañeros de la Secta del Cuchillo y del Coraje : ¡Habemus futuro!

Bernardo.