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Secta del cuchillo y del coraje

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Sobre la muerte del tango

22.10.2010 13:33

Apreciado Javier: Me encantó el oxímoron, con el que compadremente rematabas tu alegato sobre “la muerte del tango”, a partir de los años 70 del siglo que acaba de pasar: “Yo oigo el tango vivo, precisamente el que ya murió”! Esa maravilla paradojal, te debería animar a escribir un bello Réquiem por el mismo. No faltará en el arrabal perdido de La Cueva, un músico que también se anime a escribir la linda partitura que muy seguramente se merecería. Pero…volvamos a empezar. Y entonces, ¿qué es el Tango? Sin pretender erudición sobre el asunto y comprendiendo que muy posiblemente, jamás podremos definirlo con exactitud, vale la pena volver una vez más a su historia.
Nace como danza ubícuamente en los “tambos” candomberos de los negros, en los “cuartos de chinas” armados para aprovechar el descanso de los guerreros, que venían de la “Campaña del Desierto”, que así quiso llamar la “Historia Oficial”, la guerra de despojo y genocidio contra los indios de la pampa. (Disculpa mi manía de clavar paréntesis aquí y comillas más allá, pero es que no me aguanto las ganas de señalar la manía eufemística y tergiversadora de los “historiadores oficiales”. Los de ahora, acatando sumisamente el arrogante y cínico bautismo de los chafarotes gringos, llamaron la primera guerra criminal de los Estados Unidos contra Irak :”Tormenta del Desierto”. Como puedes ver, la sangrienta crónica de las guerras está plagada de siniestras analogías).
En fín, el Tango nació y creció en los prostíbulos y en los peringundines situados en las orillas de la boca fabulosa del Río de la Plata. Y, ¿qué sucedió luego? A los tambos candomberos los enterró el progreso constitucional (está universal e hipócritamente prohibida la discriminación racial o étnica); los “cuartos de chinas” fueron enterrados por el progreso civil, en los sepulcros de la “pax romana”. Los prostíbulos no han podido ser derrotados por el “progreso” moral, pues como se sabe, no dejan de ser rentables para el sistema económico, aunque ya no sirvan como pretendían muchos, de talanquera para defender la higiene y la moral de las “mujeres bien”. (Admito que en los prostíbulos del Buenos Aires de hoy, muy seguramente ya no se oyen tangos y milongas y en cambio sí, cualquier gonorrea musical que incluya batería; el rap y el reguetón incluídos).
Y los peringundines?....Ahí están; resistiendo ante el “progreso”. Siempre habrá alguien a quien no lo puedan sacar de detrás del mostrador, porque siempre habrá más de uno que quiera encurdarse con lo poco que pueda tener en el bolsillo. Motivos no le faltarán: minga de salario, la familia muerta de hambre, de balas “regulares o irregulares”, la hembra que se fue o la “china” que no volvió; y como si fuera poco, las madres que siguen teniendo la sana costumbre de morirse antes que los hijos. Y esos….siguen siendo temas de tango. ¿O no?

 

Ahora veamos otro ángulo de la historia. ¿Quiénes eran los frecuentadores de esos prostíbulos y peringundines, donde se fraguó originariamente esa diablura borgesiana que sería el tango? Los inmigrantes. Y ¿qué pasó con esa portentosa marea de viajeros, que además de las ilusiones puestas en una vida mejor, trajeron en su bagayito y en el alma lo mínimo para sobrevivir? Venían a “hacer la América”; dicho en nuestro lunfardo colombiano, a “levantarse la vida”, lo que nos permite suponer que allá en Europa, la tenían acostada en los catres de la miseria o caída en los zócalos de la incertidumbre. Una vez desembarcaron, sacaron esos andrajitos de ropa, esos retacitos de sueños, los añadieron uno a uno en la orgía solidaria de la esperanza colectiva y formaron la prodigiosa colcha inconsútil de la cultura porteña de Buenos Aires y Montevideo. Bajo el abrigo de esa manta promisoria, engendraron sus hijos y nuevos sueños de redención. Resultado: para la mayoría, el fracaso. El ya achacoso capitalismo europeo, incapaz de sostenerlos o sobreexplotarlos, los había expulsado y el naciente capitalismo suramericano no los pudo recibir, o los recibió mal. Los condenó a las orillas de la ciudad floreciente, les mató las ilusiones de traer a sus familias y apenas les daba alcohol para que trataran de matar las penas, convirtiendo de pasada su dolor en renta. No les quedaba más remedio que “inventar coraje” y en la sacudida se inventaron el Tango.

“Ya sé
llegó el momento de archivar el corazón,
de hacer con la ilusión –que no me va a servir-
un lindo paquetito con una cinta azul,
guardarlo en un baúl y no volverlo a abrir…
Es hora de inventar coraje
para iniciar un largo viaje
por un gris paisaje sin amor”.

Esta bellísima estrofa parece escrita por uno de esos emigrantes de finales de siglo XIX. Pero tu sabes que fue escrita por Eladia Blázquez a finales del Siglo XX.
Y que es parte de uno de sus tangos. Y, ¿por qué no se podrían escribir auténticos tangos a comienzos del Siglo XXI? Al fin y al cabo seguimos siendo emigrantes del país de la infancia, desterrados de la Europa de la juventud y deportados de más de una ilusión. No negarás que ya hemos guardado más de una en el baúl del desengaño y que otras tantas, también se quemaron en las hogueras del olvido. Y no sigo con esta línea de reflexiones, pues ya casi me sale un tango y bien sabes que para ello, no basta con un remedo de nostalgia: es necesario talento. Y si no, que lo digan Eladia y Discépolo, joder!

(Después continúo con mi alegato. Por el momento recibe un cordial saludo y la promesa de que trataré de no ser tan empalagoso en la próxima entrega: Bernardo)