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Secta del cuchillo y del coraje

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La muerte del tango II

22.10.2010 13:58

Persistencia en un alegato

Apreciado Javier: Si no fuera porque el Tango me ha enseñado algunas lecciones de dulce escepticismo, me hubiera sentido desarmado, ante la andanada de piropos con fragancia de whisky bien escocés, con que respondiste cordialmente a la primera entrega de mi alegato sobre la supervivencia de la canción ciudadana. Ahora la duda ya no cae sobre la presunta muerte del tango, sino que revolotea en torno a tu grado de convicción, sobre su condición de Lázaro resucitado, pero con “nuevas pilchas”, como tú dices. Me gustaría pensar que tu rica sensibilidad, tan abierta a “lo humano y lo divino”, se sintiera cómoda con ese nuevo traje prèt-a-porter (sabemos que el lengue y el chambergo ladeado hasta la oreja quedaron atrás), con que el tango de hoy sigue recorriendo las calles del centro porteño (reino conquistado hace tiempo), sin perjuicio de transitar con desenfado y aire sobrador, por las eternas barriadas tristes que el capitalismo suele condenar a una agonía perpetua. Aunque a veces se las inventa o las barre de un solo golpe, con la varita mágica de una simple reforma tributaria o pensional. (Sé de profesores cuyo matrimonio colapsó y hasta perdieron su vivienda por las últimas Reformas y Decretos….Vaya uno a saber a qué “barrio de tango” tuvieron que mudarse. También supe de uno que, simple y llanamente se mudó al cementerio; muy seguramente con la cara bien pálida de otario derrotado). Y de prepo me encontré con el término exacto: ¡Agonía!. Alguna vez, escribiendo unos versos sobre este maldito tango (perdón), tema, se me ocurrieron éstos:
Tu forma de vivir es la agonía
porque estás condenado a resistir,
mientras haya en el mundo una María
y Buenos Aires no deje de existir.

Y es que bien escuchado y mejor pensado, el tango vive en agonía. Y agoniza por partida doble: primero porque se alimenta de la agonía existencial del hombre de la ciudad, de aquel “que está solo y espera”, pero también del que está mal acompañado y ya no espera; quizás porque lo tumbaron muchas veces, o talvez porque ya sabe que nunca le podrá coger el tiro al Destino, pero teme además la amenaza de Cátulo:”ni el tiro del final te va a salir”. Y esos son legión; o mejor dicho, somos muchedumbre, maldita sea! Y segundo, porque el Tango siempre fue, como diría Don Miguel de Unamuno, una voz en agonía, es decir, en lucha permanente contra ese destino infelíz, que sabe enmascararse de miseria, desarraigo, exilio, mufa, desamor, olvido, soledad, desempleo, fracaso, bronca, pena o luto. En fín, disfrazado de perra vida.
Y si me disculpas, volvamos a la historia. Y, ¿no fue algo parecido lo que sintieron aquellos primeros emigrantes, a poco del desembarco de su gran ilusión: “hacer la América”? Y ¿qué pueden sentir sus herederos, hoy que van comprendiendo sin mucha dificultad que la emigración no terminó nunca, porque siempre habrá Menems y Uribes y Bushes y asnales Aznares, ajustándole cada máscara al Destino? Y van entendiendo que el siglo XXI, también es un Cambalache de hijueputas, que igual que en el 506 (Discépolo dixit), hoy “es un despliegue de maldad insolente, plagado de Staviskys con poder (Fernandiños Londoños de mierda); de Napoleones criminales como ese Antonio Bussi, degenerado general argentino recientemente elegido Alcalde de Tucumán, después de haber sido encontrado “responsable de todos los centros clandestinos de detención y también el máximo responsable de los secuestros, robo de menores nacidos en cautiverio y demás delitos cometidos en 10 provincias y quien se reservaba el de derecho de rifar a cuál detenido le dispararía en las ejecuciones” (según fuentes oficiales). No debo seguir con la lista, porque la pantalla se inundaría de malparidos y no tenemos el antivirus apropiado para poderlos borrar del mapa, aunque no sea más que virtualmente.
Como se puede ver, frente a panoramas semejantes, sólo se puede sentir debajo del corazón un tango, que a manera de báculo, permita apoyar la infinita amargura de “haber sido…y el dolor de ya no ser”. Y volvamos con la historia para tratar de amainar(?) el dramatismo.
El tango tenía en sus comienzos su escenario, su paisaje físico, “mi lindo arrabal”: : La Boca, El Riachuelo, Palermo, San Juan y Boedo, La Paternal….Ahí están aún. Un poco cambiados es cierto, pero no tanto como se cree. Y en los casos en que el famoso “progreso” ha puesto su toque de afrentosa post-modernidad, pues hay doble motivo de tango: la nostalgia de lo que fue y era querido por ser como era; y la bronca por la soberbia con que el mármol, el vidrio y el metal intentan enlucir y blindar para siempre, lo que siempre será la ciudad: un suntuoso centro comercial y residencial (¿la Caverna de Saramago?), con una orilla andrajosa y arrabalera que nunca renunciará a invadirlo; subrepticia y pacientemente como lo hizo el tango desde sus comienzos; o en forma turbulenta como ya lo ha hecho, con hordas de parias y “piqueteros”, que jamás aceptarán de buen grado su miserable existencia. Yo no sé si a esto le cabe música en compás de 2 x 4, pero a mí me suena a tango, carajo!
Y sigamos con la evolución del paisaje físico y social del tango. Si hoy hay cabarets, suntuosas y refinadas milongas, restaurantes con shows para turistas clase A, llenos de bacanes que desairan con valses vieneses el vals porteño, ahí está todavía la cantina y el figón suburbanos y barriobajeros, para descarrilados por la vida, para los que toman…pero no comen, en mesitas de quebracho rústico llenas de “migas de media luna” y manchas de café con leche o alcohol; y aunque el farol que alumbra la sombra del hombre que nombra el hambre, no sea a querosén sino a neón, al hambre le da lo mismo; al fín y a cabo el estómago debe ser muy oscuro y la conciencia de los Epulones mucho más. Y todo eso me suena a tango todavía; a tango el adoquín que brilla con la garúa triste del invierno porteño; a tango esa misma garúa que espanta los gorriones de los parques y el pibe que todavía va a los parques a……esperar, que es precisamente lo que más acostumbra el ser humano cuando es joven; porque cuando se hace viejo, la esperanza es la palabra más parecida al heroísmo ingenuo, o a la terca negación de la derrota. Y todo eso aún me suena a tango…!Ah! no jodás; no me culpés de no saber música y de no ser poeta, pues en este caso, esa es tarea de los porteños…!Sí o no!
En justicia, el asunto no es si el Tango murió hacia los 70, sino: ¿Porqué no escriben y componen tangos los poetas y los músicos del Plata del 70 para acá?....Lo hacen. Pero mucho menos. ¿Por qué? He ahí un problema y bien bravo, pero lo dejamos para después. Ya me volví demasiado cansón. Con un abrazo:


Bernardo.